SILVIO

-Encarnación!!- Apuro mi nombre.
Terminaba de acomodar los utensilios del te para el desayuno de Silvio en la bandeja. Le escuche su quejido pronunciando mi nombre. Ese silbido que me erizaba los pezones; que me hacia gotear la vagina. En su voz mi nombre era una llave que abría cualquier puerta. Que me abría un botón, me bajaba un cierre. Era la libido moribunda de Silvio la que me inundaba; la que me despertaba la ratonera; la que me subyugaba y me inquietaba las piernas.
Traslade en mis manos vacilantes la bandeja rebosante de queso, galletitas, mermelada de frutillas, leche, azúcar, te, jugo de naranja y caramelos de miel.
Me precipite en la habitación. Sus ojos como todas las mañanas relumbraban al avistar mi escote. Me miraba, me consumía, me llamaba como los animales, con el olor de su cuerpo descomponiéndose. Su mortandad tan ilícita, encallada, platónica, esperpéntica y alucinatoria.
-Deja la bandeja Encarnación.- Me dijo.
Sus dedos amarillos, indispuestos, arduos de dolor, minúsculos como tímidos niños se estiraban al costado de su torso desahuciado que corroído por una enfermedad disoluta le mantenía postrado en una cama, una nube, un campo, una alfombra de rosas.
-Deja la bandeja Encarnación.- Repitió.
El no sabia que ese primer instante matinal me producía una turbación, una detención en el tiempo, una rabia, un cólera.
-Ven, bésame Encarnación, bésame como solo vos sabes hacerlo, no quiero mas desayunos Encarnación, maldita sea, me estoy muriendo, solo quiero tus mamadas y tus tetas desnudas sobre mi boca. Desnúdate Encarnación, quítate la bombacha y pone tu concha en mi cara; quiero olerla como se ole una amapola en un jardín. Quiero meter mi lengua en tu vagina como un colibrí mete su pico en una rosa china. Quiero chuparte y exprimir tu jugo. Eso es lo único deberías prepararme de desayuno Encarnación. Ven ámame, aliméntame con tu energía, tu sexo encomiástico, imprescindible, liviano, puro y perpetuo. Que es lo único que me llevare de la vida. De esta puta y jodida vida. De esta, de esta…-
Acababa farfullando estas últimas palabras como un colegial al término de una competencia deportiva. Mi paciente, mi amado, la espina en mi costado, mi locura carnalmente tangible. Aquella que un minuto cualquiera expiraría montado en un orgasmo, en un grito infinito, en un goce espasmódico.
Yo ansiaba que su despedida fuera en uno de esos momentos; en esa fracción de segundo en que apretaba los ojos y abría la boca exhalando un gemido, un chillido agudo, femenino.
-Ay Silvio, Silvio, te amo y solo quiero complacerte.- Le dije mientras me quitaba la chaqueta de enfermera.-Soy una tonta, discúlpame amor, debería de haberlo presumido que ya no deseas mas desayunos.

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